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El objetivo de las campañas publicitarias es el de instalar el mensaje allí donde las palabras y los razonamientos, por muy mesurados y cabales que sean, no encuentran acomodo. Una buena historia tiene más posibilidades de abrir los cauces del entendimiento que los argumentos de autoridad del catedrático más veterano. Y por eso nos terminamos creyendo eso de que Robin Hood era un tipo altruista, que siempre hay un bando bueno y otro malo o que los hombres han pisado la superficie de la Luna (¿Hay alguien en condiciones de demostrar con evidencias que eso haya sido así?). Si bien la vida nos proporciona experiencias que van forjando nuestras convicciones, generalmente el cotidiano discurrir de la existencia no alcanza a ilustrar todas y cada una de las certezas que tan orgullosamente defendemos en una tertulia de café. El ciudadano menos reflexivo quizá se conforme con repetir lo que ha oído en el último telediario, pero los que tienen por costumbre pensar en lo que dicen seguro que tomarán partido a favor o en contra de la pena capital o de la captura de la ballena azul recordando esta o aquella película, estas o aquellas historias o imágenes que hayan podido inclinar su juicio y determinar su postura. Por su especial trascendencia social, las campañas de seguridad vial son un clásico en las pantallas de la televisión y en las vallas publicitarias de todo el mundo occidental, campañas de tal repercusión que concitan siempre la atención de un abundante número de detractores y un no menos nutrido grupo de defensores. Las historias de las campañas de tráfico navegan entre la plácida contemplación de lo que pudo haber sido y la crudeza descarnada de lo que es. Casi siempre abordan lugares comunes que mueven a la reflexión o alertan del peligro, en ocasiones apelando a los sentimientos, aunque también explotan nuestros temores más atávicos. Escribir y construir una historia que transmita un mensaje positivo sin columpiarse en el abismo de la exageración es un ejercicio bonito. Y hasta saludable, porque además nos ayuda a reflexionar sobre el fenómeno en sí, ordena las ideas y remueve la conciencia. Como ejemplo, presentamos un pequeño vídeo que alerta sobre las consecuencias de una fatal distracción en carretera, y de paso enlazamos algún otro de mucho más merito y alcance, no sin advertir que la vida puede herir la sensibilidad del amable lector-espectador.


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